Violencia doméstica

El Día nos sorprendió a las dos
felices y enamoradas
en mi cama.
Violento, me agarró del pelo para estrellarme
contra el suelo de la realidad.
Yo, cobarde,
ni me volví para ver qué le ocurría a ella.

A improperios y empujones
me arrastró por las muchas obligaciones de la mañana
sin que un solo pensamiento
pudiera dedicar a mi amada.
Realicé mis tareas
con la eficiencia y resignación de siempre
bajo los insultos y apremios del Día
enfundado en su severo traje-reloj.

Por fin,
a media tarde
a misión cumplida
y con Día eructando satisfecho
regresé a la alcoba para ver la suerte de mi amada.
Ni una nota encontré sobre la cama.

Claro estaba que con el orgullo herido,
la creatividad hecha jirones,
y a esa hora…
mi querida Poesía
había abandonado mi casa.