Esas díscolas letras mías


Yo no sé qué les pasa a mis letras que no son capaces de tomarse amistosamente de la mano.

Les gusta retozar por el incoloro césped de la cuartilla dando volteretas, pirueteando como contorsionistas de circo y ajenas a la severidad de mi mano que las llama al orden de la buena caligrafía. Como si nada. Se rebelan tal que adolescentes y salen con el mismo ímpetu, algarabía y desconcierto con el que salen los chavales de la escuela; empujándose y apretujándose, las unas; soltándose de la mano y separándose, las otras.

Díscolas letras que salen dando tumbos del bolígrafo, como borrachas de tinta, y acaban derrumbándose sobre el papel casi obscenamente.

De seguir así voy a obligarles a un cuaderno de caligrafía. Ya veremos si se les pasa el regodeo, castigadas al rígido renglón entre líneas. Demasiado tiempo les he dejado mano libre, nunca mejor dicho, y han tomado mi buena voluntad por negligencia, haciéndose cada vez más indómitas e insolentes. ¡Basta ya de tanto jolgorio! A partir de hoy, mano dura y pulso firme. Ya verán si soy capaz de enderezarlas por el buen renglón.

Mira tú, que la a siempre se me presenta con la coleta colgando de cualquier manera, y no hay modo de meterla en cintura.

Y qué decir de la b, rígida gobernante inglesa los días laborables y pueblerina matrona cuando se viste de domingo (B).

Por no hablar de la d, tan envarada ella, con la espalda bien eguida y eternamente embarazada… a la inversa. ¿Dónde se ha visto algo así?

Y ya ves tú la e, que no puede ocultar su condición de popular churro por mucho que ella se crea un fino lazo pastelero.

La f me recuerda a Dr. Jekyll y Mister Hyde, tan distintos son sus carácteres y caracteres según sea día laborable o domingo, F.

La g tiene sus días. En general es buena chica, con su cara redondita y su cola

de sirena regordeta. Solamente los domingos cuando se viste de G mayúscula, le da por retocarse demasiado, y en ocasiones me obliga a escribirla hasta un par veces, de lo chula y torcida que se me pone.

A la h, si sola ni se la siente, pero tiene la costumbre de salir con una consonante modosita y algo simplona llamada c, que siempre va tras ella y entonces, la otra se hace llamar ch… ¡y vaya sí se la siente! Se comporta como una charlatana chiflada, arma tanto escándalo que han terminado por echarla del vecindario y ya no la dejan entrar en el alfabeto.

La i no me da problemas más que cuando hay que cambiarle su habitual gorrito de punto por el otro con pluma de tilde, que dice no sentarle bien. Hay que andar vigilándola para que se lo ponga y no se lo deje en casa, y en ese caso… ¡la guerra que me da!

De la j no puedo quejarme, es campechana y obediente. Sale de mi mano sin armar barullo y se coloca bien en cualquier parte del folio sin que yo tenga tenga que darle ningún repaso.

A la k poco se la ve por el vecindario. Es medio extranjera, no le gusta que le llamemos “ka” en vez de “kappa”, como en su tierra, y por eso sale pocas veces. No hace muy buenas migas con las otras.

Solamente la l, liviana, ligera, leve, lúdica, lírica y loca, baila volátil en el blanco sintasol del folio, pero… ¡ay! cuando se junta con su hermana la ll, no hacen más que discutir a ver quién es más alta y buena moza.

Luego a la ll terminan por subírsele los humos a la cabeza y me estropea la caligrafía con esas ondulaciones más parecidas a un churro doble y vertical que a una letra del buen alfabeto.

Eso por no hablar de la m, que se despatarra impúdicamente sobre el renglón como adolescente al sentarse.

La n tiene ínfulas de grandeza con su quiero y no puedo, intentando ser una m, para quedarse al final en una n de provincias que pareciera haber perdido un volante.

La ñ es más española que el flamenco. Es la sal de nuestro alfabeto, símbolo, emblema e icono. Ilustre embajadora de nuestras letras, labor que desempeña sin ñoñerías y con igual gracejo en domingo (Ñ) que en días laborables (ñ). Eso sí, ¡se pone como una furia si no le colocan la boina de virgulilla sin la que no sale de casa!

La o anda siempre como sorprendida con la boca abierta. Yo no sé si su entusiasmo es auténtico o más bien provocado, pero tanta ingenuidad bobalicona hace bostezar a mi mano.

La p y la q son gemelas un poco raras cuando están juntas; por suerte, no coinciden así en el alfabeto y apenas se les nota la tara familiar.

Y ahora mismo voy a leerle la cartilla a esa r que no se deja cuadrar el pelo, ¡tozuda ella como un borrico de Ronda!

Y ya verás cuando pille a la rr doble, o sea, a las dos gemelas, siempre de la mano, tan modositas que parecen y en cuanto me descuido les da por vestirse de n y me salen más rollizas que cuadradas como les correspondería.

La S dominguera pretende ser sensual y sinuosa, y se queda en un perrillo faldero (s) los días de diario.

¡La t me trae de cabeza con esa visera rígida que se coloca del cualquier forma! Y no te digo en domingo, cuando se viste de mayúscula (T), tan rígida y severa que dan ganas de cuadrarse ante ella.

La u no da mucha guerra, pero eso sí, pocas veces se la puede dejar sola porque agradece mucho la compañía. Menos mal que con la g, y sobre todo con la q, se lleva muy bien, y en tantas ocasiones prefiere salir con ellas.

La V, poco poblemática en general, de mayúscula se vuelve altanera. Sabe que es un símbolo de victoria y se le suben los humos a la cabeza; en cambio, vestida de minúscula (v) parece una u a la que le hubiera caido un chaparrón, de lo encogida que se me vuelve.

La w es una extranjera de país anglosajón con la que no tengo mucho trato. Es algo envarada, se da aires de duquesa, y además, se trata muy poco con las otras letras. Se pasa la vida en su mansión y ni se asoma a la ventana.

La x es algo arisca y no se deja ver a menudo por el alfabeto. No le gusta agarrarse de la mano con las otras, y las más de las veces hay que dejarla a su aire.

La y es un poco solitaria, bien es verdad que se lleva estupendamente con las otras letras y sale bastante con ellas, pero también le gusta mucho ir por cuenta suya y tengo que dejarla. No me causa ningún problema, la criatura.

De la z ni hablemos, rígida y asimétrica, de trazos militares, claramente fascistoides y con cola de zorro cuando le da por vestirse modestamente de zeta minúscula, (Z). No me extraña que en los países hispanos tan a menudo la sustituyan por una ese.

En los últimos tiempos ha aparecido la arroba @, letra o signo, vaya usted a saber hoy en día. Un poco chiflada sí que lo está. Se escribe como quien toca el piano con un teclado; si no hay ordenador ni se la siente, y encima, se pasa el tiempo saltando una cuerda virtual. Un poco de disforia de género sí que tiene.

En fin, yo hago lo que puedo, pero como cualquier progenitor, las más de las veces tengo que hacer la vista gorda y dejar que salgan como les plazca, que bastante trabajo tengo ya con pensar mientras escribo para ocuparme, además, de sus chapuzas caligráficas. ¡Señor, qué paciencia…!